domingo, 4 de noviembre de 2007

Relato surrealista (parte 3)

La noche estaba hermosa. Y el frío era ahora torturante.
Esperábamos pacientes, conversando. Habíamos llegado bastante mas temprano de lo pactado. Íbamos a estar un buen tiempo.
Con el pasar de los minutos la conversación se iba volviendo más incoherente y surrealista, producto del cansancio, del hambre y del frío. Sin embargo, las palabras, me sonaban perfectamente coherentes, mas a allá de si fueran palabras sueltas o fueran frases. Hacía tiempo habíamos perdido la noción del tiempo. El frío atravesaba los huesos de mis piernas. Cada cierto período casi fijo de tiempo pasaban camionetas blancas con luces gélidas en la chapa del techo. De una de estas camionetas bajaron dos humanoides uniformados, se acercaron a ciertos grupos poblados de personas que habitaban la plaza y estos grupos de disolvieron en distintas direcciones. Después de esto los uniformados siguieron en la camioneta.
El frío se hace insoportable, y las incertidumbres pueblan mi cabeza. Incertidumbres de cuando íbamos a seguir con nuestro viaje, y de como haríamos para llegar, ya que no sabíamos con certeza como hacerlo.
Repentinamente las luces se apagan y la plaza queda en una maravillosa paz nocturna. Aunque las luces, estridentes e impactantes, no tardaron en revelar los secretos y los colores que la oscuridad había puesto en un escondite sin dimensiones físicas.
Decididos de conseguir algún dato certero, partimos en busca de un teléfono. Saco algunas monedas de un bolsillo enmarañado y laberíntico que tenía en mi pantalón. Los botones del teléfono estaban distantes y duros. Marco una vez... no había respuesta, otra vez... tampoco. El murmullo general se acrecienta cada vez que un botón del teléfono era pulsado. Finalmente, la rendición; no había respuesta del otro lado del teléfono.
El tiempo había pasado y a quien esperábamos no había venido. Era hora de partir, teníamos que llegar a tiempo al cumpleaños, mediante el uso puro de la intuición. Como ciegos en un laberinto.
Nos ubicamos en la desolada parada de colectivo. Las caras de las personas que pasan son grises y fatigadas, tristes y deambulantes. El tiempo pasa, y pasan también colectivos, pero colectivos errados e inútiles.
El viento recorre mi espalda, trayendo con él, el recuerdo de la presencia del frío.
Finalmente, subo a un colectivo, uno de los inútiles. Sabemos que nos dejará mas cerca de lo que estamos ahora. El colectivo es reconfortante, la noche se vuelve día y el frío se borra por unos momentos.
Al bajar ataca nuevamente el sentimiento de incertidumbre. ¿Hacia donde caminar ahora? Respetando un total sentido ilógico, caminamos por la primera calle que aparece ante nuestra vista.
Tenemos un dato... un dato remoto... pero un dato al fin... buscamos una calle que empieza con A. Por la zona no aparece ninguna.
El flujo de autos es desconcertante, si bien no pasan demasiados, siempre hay alguno a la vista, lo cual suena raro un Domingo a las 2:30 de la mañana.
Transitamos las oscuras y lóbregas calles en el frío penetrante de la noche. Encontramos una calle con A... la recorremos con renovadas esperanzas. Pero poco duró la esperanza ante el dato desalentador de que la calle que encontramos media solo dos cuadas.
"Por Frías..." resuenan palabras en mi cabeza. Y no tenemos muchas razones para no hacerles caso.
Empieza nuestra caminata por Frías, empieza el viaje pulsado. Casi como una regla matemática se van repitiendo ciertos factores. Pasan autos por la calle guardando casi igual distancia uno del otro, y este del que viene atrás y así sucesivamente. Cada dos cuadras pasa alguien en sentido contrario al nuestro por alguna de las dos veredas.
Estamos al 2900, doblamos en la sombría esquina... la calle no tiene nombre. Basta adentrarse algunas casas para saber que no es la calle que estábamos buscando. 2800, el proceso se repite sin resultados positivos.
El cansancio se hace evidente y exagerado, de la mano de este viene el frío; factores que ayudan a que uno quiera dejar de caminar y estar en casa.
Frías continúa, pero con un resultado inesperado... nuevamente estamos al 2900.
Los autos pasan, la caminata continua, y ninguna calle parece ser la deseada. Los callejones son cada vez mas oscuros y lúgubres, con autos oxidados abandonados en las calles y sombras que lo invitan a uno a retirarse por donde vino. Frías al 2400. O la calle da saltos inesperados o esto empieza a parecerse a un sueño, mejor dicho a una pesadilla. Frías al 2800. Creo haber caminado en una sola dirección.
Llegamos a una barrera, que nos indica que definitivamente estuvimos avanzando. Por adelante nuestro pasa un grupo de personas. Decidimos increparlos con alguna pregunta para tratar de recolectar información valiosa. Pero nuestras preguntas son respondidas con otras preguntas, y la realidad comenzaba a sonar irreal.
"Esto es una pesadilla, esto solo pasa en las pesadillas." Definitivamente las esperanzas de llegar a tiempo se habían ido.
Continua nuestra caminata por Frías, aproximadamente unas 20 cuadras, hasta que esta calle se ve cortada. Seguimos por la calle que corta, hacía la derecha.
Se oyen sonidos incongruentes, ilógicos, extraños. Campanas distantes, tonos puros agudos, chapas que se golpean contra la calle. Todo suma valor a la hipótesis de que estamos a punto de despertar. La calle se vuelve oscura y las esquinas distantes.
Volvemos sobre nuestros pasos. Llegamos al corte de Frías y probamos por el otro camino.
El camino es más irregular. Cruzamos un puente. Continúa la exhaustiva búsqueda de calles. La primera a la vista no es. Próxima cuadra... ¡"Araguaya"!
¡Encontramos la calle! Ahora era cuestión de caminar y buscar una casa con música.
La calle era de tierra, irregular, angosta. Los árboles que crecían a los lados de esta tapaban gran parte del panorama. Y lo que no era tapado por los árboles quedaba reducido por la oscuridad. Continúa la, cada vez más lenta, caminata.
De las sombras se escucha un perro, con obvias intenciones de matarnos, tras unos segundos aparece y nuestro final está demasiado cerca, pocos metros. El perro se detiene, y de a poco se forma la imagen de un alambrado... el perro esta encerrado... nada puede hacernos encerrado.
Araguaya consta de cuatro oscuras cuadras. En las cuales no hay una sola casa de la cual provenga música.
Tras unos minutos de investigación, optamos por asumir la dura verdad: Esto no es una pesadilla, es peor que una pesadilla. En una pesadilla nos hubiéramos despertado. Pero en cambio estábamos perdidos, lejos de todo. Con frío, hambre, sueño, cansancio... y no solo no habíamos llegado a tiempo a la fiesta... sencillamente no habíamos llegado.
Una sola opción nos quedaba... volver. Volver sobre nuestros pasos. Caminar nuevamente la distancia ya recorrida.
La vuelta se hizo considerablemente más rápida. No había apuro, no parábamos en las esquinas a descubrir el nombre de las calles, y los parajes nos resultaban familiares.
Llegamos nuevamente a la parada de colectivo, a esperar al maravilloso y tibio medio de transporte en el cual uno se relaja y disfruta que la vida no sea un sueño.
Esperábamos el colectivo que sería el comienzo de una vuelta...
Una vuelta en derrota.

2 comentarios:

Tam dijo...

Las casualidades existen!


Primero, el encuentro en el Ensam y después, la desorientación en "llavallol-city" al toque de mi casa já!


Qué loco!

Federico dijo...

Jajaja!
El relato suena todo muy extruño y muy surrealista, pero de posta que parecía un sueño. Fue muy loco.
Igualmente en el texto lo hice parecer más sombrio y tenebroso de lo que en realidad fue.
Íbamos re felices riendonos de nosotros mismos y haciendo chistes de toda índole.
Gracias por firmar.

Ah! No se si será notorio pero... tuvimos frío. Mucho.