miércoles, 28 de noviembre de 2007
Elegir una identidad.
Me pareció muy interesante y real.
¿Es verdad que elegimos nuestra identidad?
Últimamente se podría confundir.
Estamos constantemente bombardeados con información innecesaria. Mucha de esta información trata de llegar a nuestro cerebrito y hacernos elegir tal o cual cosa.
Y ni hablar de la mentalidad, desde que nacemos que observamos y aprendemos actitudes que se vuelven nuestras costumbres, pero... ¿Las elegimos?
Por otro lado me queda una pregunta por hacer ¿Que és nuestra identidad?. ¿Cambiamos nuestra identidad al cambiar nuestra manera de pensar? ¿Dejamos de ser quienes somos?
Yo creo que elegir una idenidad es posible, es dificil pero posible.
Por eso quiero invitarte a elegir tu propia identidad. Aunque sea una idiota, una identidad estúpida. Por que es preferible elegir ser un idiota a que otro eliga que debemos ser.
Que tan detestable puedo ser.
Y presto atención a los que me rodean.
Hay algo en la forma en la que actuan.
No dan importancia a mis fráses.
Las interrumpen y las ignoran como si no existieran.
Abrí los ojos y me dí cuenta que nada era como creía.
Me había empezado a sentir entendido.
Pero por lo visto eso no es así.
Por lo que veo, yo también resulto hartante.
Yo también soy insoportable.
Yo también soy aburrido.
Yo también soy predecible... detestable.
Pero... siendo quién soy... ¿Qué tan detestable puedo llegar a ser?
¿Cuando llegará el punto en el que ya no les alcanze con ignorarme y tengan que decirmelo en la cara: "Callate"?
Es curioso, muy curioso.
Cuando alguién no me conoce no me habla.
Apenas me conoce, empieza a hablarme.
Cuando me conoce un poco mejor, me habla más.
Y ahí empieza a decaer.
Hasta el punto en el que me ignoran.
Y la curva vuelve a subir.
Y me vuelven a hablar.
Es cíclico.
Es muy probable que a vos esto no te importe.
Pero a mi me parece raro, no se.
Es raro hoy, que justo a todos se les dió por ignorarme.
lunes, 26 de noviembre de 2007
Para vos y para mi.
Pero eso no es lo que me importa. Hay una cosa que me importa mucho más allá de eso. Me importa que vos también dormís. Me importa que vos también sentís. Me importa que vos también sos importante.
Me gusta creer que detrás de todo eso que veo y siento hay una persona, con un corazón.
Si te quiero, es por que me dejaste ver a la persona que hay en vos.
Un abrazo grande a todas las personas que lean esto.
Clara oscuridad
Su sonrisa se había ido a dormir. Sus ojos se habían ido con ella.
Y junto con ellos la calidez de su ser.
Yo estaba muy cómodo en el piso, me encanta dormir en el piso.
Las luces se fueron apagando de a poco, como en una extraña coreografía ideada al azar.
Mientras las luces parpadeaban, se revelaban detalles ante mí, fragmentos, cosas más y menos importantes que había en la habitación. Las bibliotecas de las paredes habían ganado presencia, y los libros en las paredes tenían tanto para decirme.
Pasó alguien caminando por la vereda, sin embargo lo escuché como si estuviera enfrente mío. El silencio era realmente muy poderoso.
Casi no me movía. Me sentía muy confortado en esa clara oscuridad. Confortado por no tener que soportar el frío y el viento. Confortado por estar con la gente que quiero. Confortado por que esta vez había salido todo bien.
También me confortaba que estaría ahí durante la mañana, que esto todavía no había terminado. Todavía hay mucho por lo que reír.
Y caí en el sueño... en esta reconfortante clara oscuridad.
martes, 20 de noviembre de 2007
Las personas
Es, si se quiere, un poema experimental. Con fragmentos intercalados de cada autor. A mi personalmente me gustó. Espero que lo difruten.
Las personas:
a veces te desconciertan un poco
a veces no entiendo algunas actitudes
a veces no entiendo nada de nada
a veces entiendo demasiado
a veces no quisiera entender
a veces necesito entender
a veces me hacen liviano e invencible
a veces me vuelven torpe y vulnerable
a veces me afectan
a veces son indiferentes
a veces los necesito
a veces puedo existir solo
a veces me hacen llorar
a veces se sienten poderosos
a veces me agreden
a veces me abrazan
a veces me miran
a veces caminan solos
a veces me solicitan
a veces me olvidan
a veces creo que me entienden
a veces entiendo que me creen
a veces soy o estoy
a veces me pierdo
a veces se por que lo hago
a veces no
a veces lo pienso
a veces prefiero fluir
Por Federico y Tamara.
domingo, 4 de noviembre de 2007
Relato concreto (parte 4)
El frío se había vuelto una costumbre...
El colectivo no tardó mucho en llegar. Metí las monedas y me dio tres boletos. Nos sentamos atrás de todo. El colectivo es muy reconfortante un domingo a las 3:25 de la mañana, tras haber caminado unas 50 cuadras sin parar a la intemperie.
Bajamos en la estación de tren. La oscuridad de la plaza seguía siendo la misma, pero todo era mucho más silencioso. Adentro de la estación había una ronda de policías hablando.
Fuimos hacia la escalera para llegar al andén. En el puente había unos puestos de facturas calentitas, fuente de tentación para sanar el hambre y el frió en cierta medida.
El andén está frío y corre viento. La espera se hace difícil. Surgen algunas ideas, temas de conversación, chistes y preguntas.
Tarde pero seguro... el tren ya está acá. Conseguimos asientos. Nuevamente en el tren se siente el confort del colectivo. Hay un chico parado contra el dorso del primer asiento, comiéndose un pancho. Por lo visto muy bien no le cayó, por que cuando lo terminó se quedó dormido en el piso del tren.
Llegamos a Longchamps. Ahora hay que buscar medio de transporte. Colectivos... no, no hay. Remises... no, todas las agencias piden código. Nuevamente tuvimos que recurrir al más viejo medio de transporte concebido en la historia del hombre... las propias patitas.
"Doce cuadras más no nos van a matar". Fueron las doce cuadras mas fáciles de caminar en mi vida, todas las calles conocidas y con números que respetan un orden creciente o decreciente.
La llegada a casa sin problemas y sin comida... y finalmente el sueño reparador. Para descansar de una jornada caminada, problemática, y con un grupo que comenzó unido y terminó disperso y desconcertado.
Por la mañana del otro día, me encuentro con mi compañero de aventuras. Que venía con una noticia que, objetivamente, no era ni buena ni mala. La casa que estuvimos buscando estaba en la calle de dos cuadras de largo que recorrimos antes de agarrar por Frías.
No solo habíamos caminado 50 cuadras innecesariamente, sino que también habíamos estado en nuestro paradero, pero muy ciegos para reconocerlo.
Relato surrealista (parte 3)
La noche estaba hermosa. Y el frío era ahora torturante.
Esperábamos pacientes, conversando. Habíamos llegado bastante mas temprano de lo pactado. Íbamos a estar un buen tiempo.
Con el pasar de los minutos la conversación se iba volviendo más incoherente y surrealista, producto del cansancio, del hambre y del frío. Sin embargo, las palabras, me sonaban perfectamente coherentes, mas a allá de si fueran palabras sueltas o fueran frases. Hacía tiempo habíamos perdido la noción del tiempo. El frío atravesaba los huesos de mis piernas. Cada cierto período casi fijo de tiempo pasaban camionetas blancas con luces gélidas en la chapa del techo. De una de estas camionetas bajaron dos humanoides uniformados, se acercaron a ciertos grupos poblados de personas que habitaban la plaza y estos grupos de disolvieron en distintas direcciones. Después de esto los uniformados siguieron en la camioneta.
El frío se hace insoportable, y las incertidumbres pueblan mi cabeza. Incertidumbres de cuando íbamos a seguir con nuestro viaje, y de como haríamos para llegar, ya que no sabíamos con certeza como hacerlo.
Repentinamente las luces se apagan y la plaza queda en una maravillosa paz nocturna. Aunque las luces, estridentes e impactantes, no tardaron en revelar los secretos y los colores que la oscuridad había puesto en un escondite sin dimensiones físicas.
Decididos de conseguir algún dato certero, partimos en busca de un teléfono. Saco algunas monedas de un bolsillo enmarañado y laberíntico que tenía en mi pantalón. Los botones del teléfono estaban distantes y duros. Marco una vez... no había respuesta, otra vez... tampoco. El murmullo general se acrecienta cada vez que un botón del teléfono era pulsado. Finalmente, la rendición; no había respuesta del otro lado del teléfono.
El tiempo había pasado y a quien esperábamos no había venido. Era hora de partir, teníamos que llegar a tiempo al cumpleaños, mediante el uso puro de la intuición. Como ciegos en un laberinto.
Nos ubicamos en la desolada parada de colectivo. Las caras de las personas que pasan son grises y fatigadas, tristes y deambulantes. El tiempo pasa, y pasan también colectivos, pero colectivos errados e inútiles.
El viento recorre mi espalda, trayendo con él, el recuerdo de la presencia del frío.
Finalmente, subo a un colectivo, uno de los inútiles. Sabemos que nos dejará mas cerca de lo que estamos ahora. El colectivo es reconfortante, la noche se vuelve día y el frío se borra por unos momentos.
Al bajar ataca nuevamente el sentimiento de incertidumbre. ¿Hacia donde caminar ahora? Respetando un total sentido ilógico, caminamos por la primera calle que aparece ante nuestra vista.
Tenemos un dato... un dato remoto... pero un dato al fin... buscamos una calle que empieza con A. Por la zona no aparece ninguna.
El flujo de autos es desconcertante, si bien no pasan demasiados, siempre hay alguno a la vista, lo cual suena raro un Domingo a las 2:30 de la mañana.
Transitamos las oscuras y lóbregas calles en el frío penetrante de la noche. Encontramos una calle con A... la recorremos con renovadas esperanzas. Pero poco duró la esperanza ante el dato desalentador de que la calle que encontramos media solo dos cuadas.
"Por Frías..." resuenan palabras en mi cabeza. Y no tenemos muchas razones para no hacerles caso.
Empieza nuestra caminata por Frías, empieza el viaje pulsado. Casi como una regla matemática se van repitiendo ciertos factores. Pasan autos por la calle guardando casi igual distancia uno del otro, y este del que viene atrás y así sucesivamente. Cada dos cuadras pasa alguien en sentido contrario al nuestro por alguna de las dos veredas.
Estamos al 2900, doblamos en la sombría esquina... la calle no tiene nombre. Basta adentrarse algunas casas para saber que no es la calle que estábamos buscando. 2800, el proceso se repite sin resultados positivos.
El cansancio se hace evidente y exagerado, de la mano de este viene el frío; factores que ayudan a que uno quiera dejar de caminar y estar en casa.
Frías continúa, pero con un resultado inesperado... nuevamente estamos al 2900.
Los autos pasan, la caminata continua, y ninguna calle parece ser la deseada. Los callejones son cada vez mas oscuros y lúgubres, con autos oxidados abandonados en las calles y sombras que lo invitan a uno a retirarse por donde vino. Frías al 2400. O la calle da saltos inesperados o esto empieza a parecerse a un sueño, mejor dicho a una pesadilla. Frías al 2800. Creo haber caminado en una sola dirección.
Llegamos a una barrera, que nos indica que definitivamente estuvimos avanzando. Por adelante nuestro pasa un grupo de personas. Decidimos increparlos con alguna pregunta para tratar de recolectar información valiosa. Pero nuestras preguntas son respondidas con otras preguntas, y la realidad comenzaba a sonar irreal.
"Esto es una pesadilla, esto solo pasa en las pesadillas." Definitivamente las esperanzas de llegar a tiempo se habían ido.
Continua nuestra caminata por Frías, aproximadamente unas 20 cuadras, hasta que esta calle se ve cortada. Seguimos por la calle que corta, hacía la derecha.
Se oyen sonidos incongruentes, ilógicos, extraños. Campanas distantes, tonos puros agudos, chapas que se golpean contra la calle. Todo suma valor a la hipótesis de que estamos a punto de despertar. La calle se vuelve oscura y las esquinas distantes.
Volvemos sobre nuestros pasos. Llegamos al corte de Frías y probamos por el otro camino.
El camino es más irregular. Cruzamos un puente. Continúa la exhaustiva búsqueda de calles. La primera a la vista no es. Próxima cuadra... ¡"Araguaya"!
¡Encontramos la calle! Ahora era cuestión de caminar y buscar una casa con música.
La calle era de tierra, irregular, angosta. Los árboles que crecían a los lados de esta tapaban gran parte del panorama. Y lo que no era tapado por los árboles quedaba reducido por la oscuridad. Continúa la, cada vez más lenta, caminata.
De las sombras se escucha un perro, con obvias intenciones de matarnos, tras unos segundos aparece y nuestro final está demasiado cerca, pocos metros. El perro se detiene, y de a poco se forma la imagen de un alambrado... el perro esta encerrado... nada puede hacernos encerrado.
Araguaya consta de cuatro oscuras cuadras. En las cuales no hay una sola casa de la cual provenga música.
Tras unos minutos de investigación, optamos por asumir la dura verdad: Esto no es una pesadilla, es peor que una pesadilla. En una pesadilla nos hubiéramos despertado. Pero en cambio estábamos perdidos, lejos de todo. Con frío, hambre, sueño, cansancio... y no solo no habíamos llegado a tiempo a la fiesta... sencillamente no habíamos llegado.
Una sola opción nos quedaba... volver. Volver sobre nuestros pasos. Caminar nuevamente la distancia ya recorrida.
La vuelta se hizo considerablemente más rápida. No había apuro, no parábamos en las esquinas a descubrir el nombre de las calles, y los parajes nos resultaban familiares.
Llegamos nuevamente a la parada de colectivo, a esperar al maravilloso y tibio medio de transporte en el cual uno se relaja y disfruta que la vida no sea un sueño.
Esperábamos el colectivo que sería el comienzo de una vuelta...
Una vuelta en derrota.
Relato impresionista (parte 2)
Se hizo definitivamente la noche. El frío seguía en aumento. Y la función estaba terminando. Varias veces nos habían echado de distintos recovecos que usábamos para conversar.
Las voces se vuelven nítidas, y él parece muy decidido. Ella, tiene otros planes y las ideas se confrontan. Abandonamos el desolado edificio, el silencio se hace presente, pero la conversación no cesa. El frío nos dice: "Los voy a acompañar, de ahora en adelante".
Tras un corto período de espera el grupo parte a destino.
La noche, la calle, las luces. Mi mirada se pasea de un punto a otro sin real coherencia. El ruido del transito se vuelve abrumador. Las caras de los transeúntes no me dan un dato real de si son personas vivas u hologramas sólidos. Las luces de los autos, los carteles luminosos, los nombres de las calles, me llevan a un estado de distracción.
Y a eso se le suma el hecho de tener que mantener la conciencia despierta para entender a donde íbamos. Y para entender las palabras que me decían.
Tras un tiempo de caminar llegamos a una parada de colectivo. En este momento el grupo debía separarse. Ella, tan espontánea e impredecible, se fue en el colectivo. Y yo, recuperando la conciencia, lo acompañé a él, a concretar sus planes. Separación que, sinceramente, ninguno de los miembros del grupo deseaba.
Éramos tres. La caminata continúa. El camino implica pasar por aquel lugar de las nostalgias perdidas, de recuerdos de amistades y alegrías que dejaron de ser por problemas propios de un mundo capitalista, recuerdos de un club que del que no se ven ni remotas posibilidades de que vuelva a funcionar. La calle está poblada. Las enamoradas parejas se acurrucan en los cordones de las veredas para sobrevivir al frío. De los boliches sale música distorsionada e imprecisa.
El tiempo no parece pasar, y ya estamos llegando a la plaza. El frío no solo nos acompaña, hace notar firmemente su presencia. Y finalmente llegamos. La plaza está superpoblada de alegrías, tristezas, vanidades, sumisiones, emociones, desamores ahogados en alcohol, colores, sonidos y luces.
Llegamos demasiado temprano y el asiento está muy frío. Es en este azul y frío asiento en donde esperaremos...
esperaremos a alguien que no sabemos cuando vendrá.
Relato impresionista (Parte 1)
Su voz apareció antes que ella, y ya sonaba distinta de las demás. Después, también su figura se paseaba de acá para allá saludando y abrazando, dotada de una particular libertad. No pude evitar (ni había necesidad de hacerlo) que mi atención se dirigiera a ella tras cortos períodos de tiempo.
También hay algo muy interesante en la forma de relacionarse, me habla como si me conociera de toda la vida.
Su mirada se pasea por el panorama, se posa sobre mí, me inventa un apodo, y me canta una canción, a un nivel de intensidad sonora considerable, que nunca antes había escuchado. Me hace bailar, saltar, me enreda y casi me tira. Me trata con cariño y, al cabo de pocos segundos, me insulta casi gritándome, para volver a tratarme bien al poco tiempo.
Si, si te tiene que decir algo te lo dice, y se quiere hacer algo, lo hace. O sea: Buenísimo!!! Re divertido!!
Una persona que el mundo se merecía, a mi humilde entender.