Últimamente lo tengo medio olvidado a m blog. Pero bueno, acá estoy, renovando.
Estuve revolviendo un poco el arca perdida y encontré estos cuentitos relocos que escribí hace ya algún tiempito. No son la gran cosa pero bueno, quería subir algo.
Dicen mas o menos así...
Casi termino mis estudios
Eran casi las tres y media de la tarde. Estaba a punto de salir de la facu cuando encontré algo más entretenido que hacer.
Había un balero tirado en el suelo. Lo conté, era uno solo. De modo que opté por arrojar los apuntes por los aires (tratando de no herir a nadie) y me puse a jugar con el balero.
Hasta que me morí de viejo.
Atajo
Habernos quedado a dormir en una sombría casa abandonada no fue de nuestras mejores ideas. Así que agarré y rajé.
Primero me vestí, sin hacer ruido para que los chicos no se despierten, como pude, porque estaba obscuro. Salí de la habitación, bajé las escaleras y me dirigí hacia el sótano, yo sabía que ahí había un atajo.
Ingresé al susodicho sótano y encendí una linterna que traía conmigo. Me guié hasta un viejo baúl de roble e intente abrirlo.
Tenia candado.
Por suerte este se encontraba abierto. Así que lo abrí nomás.
El cofre, no el candado.
Adentro estaba mi casa. Y me metí. Era mi casa.
Incidente anillo
Nos habíamos divertido mucho en la joda. La pasamos bien… Lástima el incidente con el anillo.
Fue más o menos así:
Micaela estaba llorando en el baño. Soledad fue a consolarla. Matías estaba preocupado por lo que había pasado. Enrique lo consolaba. Claudia sonreía, pero no estaba feliz, lo hacia por los nervios. Luís dormía, por que no había dormido hace catorce semanas. Federico cambiaba su punto de vista con cada frase que pronunciaba. Marisa intentaba entender el punto de vista de Federico. Ezequiel no estaba, (ni tampoco estaba Nepomuceno) se había quedado en la casa. Enrique soslayaba cualquier dejo de ironía en las palabras de Raquel. Julio, embarazosamente, lustraba el marco de un retrato que había en el pasillo. Melina se ponía nerviosa. Edgardo dormía. Edipo lo despertaba. Alejo se presentó indiferente a la manera en la que los hechos acontecían, algunos en simultáneo y otros de manera sucesiva. Pedro tampoco se hallaba presente.
Y a todo esto, yo, me había encontrado un anillo. Bernardo me lo quiso arrebatar. Pero lo golpeé antes de que la idea se le cruzara por la cabeza. Felipe lo quiso defender, pero me tenía miedo. Opto por tirarse un pedo que duro veintidós segundos.
Huí despavorido. Pero con el anillo.
De entre las sombras apareció Azucena, que decía “Tranquilo no te vamos a hacer nada”. Pero yo sabía lo que quería, ¡¡¡¡QUERIA MI ANILLO!!!!.
-Ni en pedo te lo doy turra -dije-.
-No quiero el anillo,-musitó- solo quiero que vayamos a donde están todos.
-Si me agarras-grité-.
Corrí hasta la pared. Quede enfrente de un ventanal abierto… salté por él.
Pasa que me olvidé que la joda se hacia en un departamento en el decimotercer piso.
Me rompí las patitas… y perdí el anillo.
Parado
Dorrenato escribía un libro.
El viento abrió el ventanal del estudio.
Se paró para cerrarlo.
El ventanal, no el estudio.
No lo cerró.
Lo entabló.
Pero abierto.
Se sentó a escribir un libro.
El viento le voló las hojas.
Las levanto.
Se puso las hojas.
Eso le cambio mucho el aspecto.
El aspecto interior.
El exterior seguía como siempre.
Solo que mas bajito.
Por que estaba descalzo.
No mentira.
Estaba arrodillado.
Pero lo que cambió no fue el aspecto externo.
Cambió el interno.
El aspecto interno.
Ahora era azul.
Hasta ese momento era rojo.
Así que se saco las hojas y fue a la cocina.
No alcanzaba la alacena.
No por que este alta.
Ni por que el fuera bajito.
Por que estaba arrodillado.
Él era alto.
Muy alto.
Era tan alto que podía alcanzar la alacena arrodillado.
Así que la alcanzo.
Saco un par de ideas de un frasco.
Fue para el estudio.
A terminar el libro.
Le faltaban cuatrocientas mil cuarenta y nueve palabras.
El frasco había quedado abierto.
Las ideas se empezaron a escapar.
Un contingente de pensamientos, movimientos artísticos e ideales políticos y filosóficos invadieron la casa.
Dorrenato aceptaba todas y cada una de estas nuevas ideas y las plasmaba en el libro.
Se contradecían.
Una hablaba de falsificar billetes.
Otra de lo malo que era hablar de falsificar billetes.
Otra falsificaba billetes.
Dorrenato escribía cada vez más rápido.
Hasta el punto tal en que quemó las hojas del libro.
Se paró.
Pensó.
Pensó que hubiera pasado si no hubiera destapado las ideas.
-Mi vida seria la más feliz de todas las vidas,-dijo en vos alta- no yo, sino mi vida.
-Hubiésemos sido felices los dos -dijo la vida-.
Después pensó que hubiera pasado si no hubiese empezado a escribir el libro.
Lo que se le cruzó por la cabeza requiere de muchas palabras aun desconocidas en el vocablo castellano para ser descrito.
Pero el había escrito el libro, y lo había quemado.
Ahora toda la casa estaba en cenicientas ruinas.
Habían pasado diez días desde el incendio.
Dorrenato sulfuró.
Tras varios días de estar parado, inmóvil.
Porque esa era la primera vez que Dorrenato se paraba.
Espero que les hayan gustado (o por lo menos que no les hayan disgustado XD)
Saludos.
Un Abrazo.
PD: Espero volver a escribir un poco más seguido por acá.
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